Una vez más las lagrimas se resbalan por mis mejillas hasta
llegar a mis labios y desaparecer en ellos. Me pongo a ver las fotos y las
ganas de estar allí me invaden. Esta es solo la primera semana y aunque parezca
irónico aun no me acostumbro a mi propia casa. Al comenzar a hablar con los
amigos y familiares todo me recuerda a la preciosa vivencia que acabamos de
vivir. A veces incluso pienso que hablo demasiado, que repito las cosas miles
de veces y que les transmito la sensación de no querer estar aquí. Es
comprensible, hablo de ello constantemente. Pero no sé como calmar esto. Si,
son ellos los que me preguntan “cuéntanos, vamos cuéntanos, ¿cómo os fueron las
cosas por allá?” y claro, yo, quien sabe callarse ni debajo del agua, doy
rienda suelta a mi lengua, sin dejar de hablar. A veces pienso, bale, muy
bien, ya has hablado lo suficiente, cambia de tema… Pero no, me gustaría sentirlos
cerca, ver sus caras, escuchar sus voces y sentir su presencia cerca de mí… Eso
aún no es posible, y el único modo de acercarme a esas sensaciones que tanto
anhelo es sentirlos cerca hablando de ellos.
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